Endulza su café con ensayada espontaneidad mientras nuestras miradas se buscan una y otra vez. Ella habla sobre futuros compartidos, sobre pasados que confluyen en este preciso instante. Su canto de sirena cautiva, invita a soñar mil promesas con sabor a realidad. Pero sus ojos...
Estoy cansado de que la chica sentada al otro lado de la mesa no me devuelva una sensación, de que esos ojos no me digan te quiero, te odio o me aburrís, estoy agotado de que las pupilas escondidas tras los culo de sifón del tipo del escritorio no revelen un gesto, un “sí, lo entiendo, ocho semanas es demasiado tiempo para una renovación de documento”, me desgasta que la mirada de ese amigo no me diga, al menos, que es mi amigo.
Al principio pensé que era una simple cuestión de colores. De grupos de colores. Decidí entonces comenzar a evitar, tal vez porque me pareció que se ajustaban al patrón de inexpresividad hombre-mujer, a aquellas personas con ojos grises. Después surgió la necesidad de huir de los celestes también, y días más tarde no podía sostener una mirada de más de dos segundos con alguien que tuviera sus ojos de color verde. Es cierto, en ese momento aún no importaba: tenía la dulzura de los marrones, la sinceridad de los color miel o la intensidad de los negros.
Pero luego, la excepción que confirma la regla y la regla confirmada una y otra vez, hasta caer derrotado ante esta inexpresiva realidad que hoy me encuentra pidiendo otro café.
La miro una vez más. Ella acomoda su pelo, seduce con sus movimientos, hace un comentario y lo complementa con una perfecta sonrisa de blanquísimos dientes. Pero sus ojos...
Mientras la observo no puedo evitar jugar con la idea de que quizás algún día no muy lejano los señores de Johnson & Johnson pondrán a la venta lentes de contacto con sensaciones: maravillosos packs de diez pares de te amo, te odio o estoy triste, lentes con brillos de felicidad o de llanto, con reflejos de paz o de ira, lentes tornasolados tal que al levantar apenas unos centímetros el mentón, la mirada revelará “te extrañé tanto”, y al cambiar unos grados el ángulo de la luz dirán “te quiero como nunca antes”, lentes que a la distancia sugerirán un odio irreversible y que luego desde la cercanía descubrirán una infinita tristeza.
Ese día, las pupilas de la chica sentada frente a mí dirán que ella me ama, me odia o que se aburre tanto o más que una ostra, el señor del escritorio se quitará sus culo de sifón y levantando sus ojos señalará que a él también le parece una locura esperar ocho semanas y mi amigo confirmará nuestra amistad con un destello marrón.
A partir de ese día, claro, los señores de Johnson y Johnson los hicieron tan perfectos, será imposible distinguir entre una mirada expresiva real y una comprada, entre una sensación genuina y una de plástico, a partir de ese día, claro, yo eterno inconformista, comenzaré a extrañar a esta bella señorita que mientras toma suavemente su tacita de café me mira sin que sus ojos puedan decirme absolutamente nada.
22 junio 2006
Johnson & Johnson
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