22 junio 2006

Johnson & Johnson

Endulza su café con ensayada espontaneidad mientras nuestras miradas se buscan una y otra vez. Ella habla sobre futuros compartidos, sobre pasados que confluyen en este preciso instante. Su canto de sirena cautiva, invita a soñar mil promesas con sabor a realidad. Pero sus ojos...

Estoy cansado de que la chica sentada al otro lado de la mesa no me devuelva una sensación, de que esos ojos no me digan te quiero, te odio o me aburrís, estoy agotado de que las pupilas escondidas tras los culo de sifón del tipo del escritorio no revelen un gesto, un “sí, lo entiendo, ocho semanas es demasiado tiempo para una renovación de documento”, me desgasta que la mirada de ese amigo no me diga, al menos, que es mi amigo.

Al principio pensé que era una simple cuestión de colores. De grupos de colores. Decidí entonces comenzar a evitar, tal vez porque me pareció que se ajustaban al patrón de inexpresividad hombre-mujer, a aquellas personas con ojos grises. Después surgió la necesidad de huir de los celestes también, y días más tarde no podía sostener una mirada de más de dos segundos con alguien que tuviera sus ojos de color verde. Es cierto, en ese momento aún no importaba: tenía la dulzura de los marrones, la sinceridad de los color miel o la intensidad de los negros.
Pero luego, la excepción que confirma la regla y la regla confirmada una y otra vez, hasta caer derrotado ante esta inexpresiva realidad que hoy me encuentra pidiendo otro café.

La miro una vez más. Ella acomoda su pelo, seduce con sus movimientos, hace un comentario y lo complementa con una perfecta sonrisa de blanquísimos dientes. Pero sus ojos...

Mientras la observo no puedo evitar jugar con la idea de que quizás algún día no muy lejano los señores de Johnson & Johnson pondrán a la venta lentes de contacto con sensaciones: maravillosos packs de diez pares de te amo, te odio o estoy triste, lentes con brillos de felicidad o de llanto, con reflejos de paz o de ira, lentes tornasolados tal que al levantar apenas unos centímetros el mentón, la mirada revelará “te extrañé tanto”, y al cambiar unos grados el ángulo de la luz dirán “te quiero como nunca antes”, lentes que a la distancia sugerirán un odio irreversible y que luego desde la cercanía descubrirán una infinita tristeza.

Ese día, las pupilas de la chica sentada frente a mí dirán que ella me ama, me odia o que se aburre tanto o más que una ostra, el señor del escritorio se quitará sus culo de sifón y levantando sus ojos señalará que a él también le parece una locura esperar ocho semanas y mi amigo confirmará nuestra amistad con un destello marrón.

A partir de ese día, claro, los señores de Johnson y Johnson los hicieron tan perfectos, será imposible distinguir entre una mirada expresiva real y una comprada, entre una sensación genuina y una de plástico, a partir de ese día, claro, yo eterno inconformista, comenzaré a extrañar a esta bella señorita que mientras toma suavemente su tacita de café me mira sin que sus ojos puedan decirme absolutamente nada.

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19 junio 2006

Divertido origen de la palabra “squenun”

En nuestro amplio y pintoresco idioma porteño se ha puesto de moda la palabra "squenun".

¿Qué virtud misteriosa revela dicha palabra? ¿Sinónimo de qué cualidades psicológicas es el mencionado adjetivo? Helo aquí:
En el puro idioma del Dante, cuando se dice "squena dritta" se expresa lo siguiente: Espalda derecha o recta, es decir, qué a la persona a quien se hace el homenaje de esta poética frase se le dice que tiene la espalda derecha; más ampliamente, que sus espaldas no están agobiadas por trabajo alguno sino que se mantienen tiesas debido a una laudable y persistente voluntad de no hacer nada; más sintéticamente, la expresión "squena dritta" se aplica a todos los individuos holgazanes, tranquilamente holgazanes.

Nosotros, es decir el pueblo, ha asimilado la clasificación, pero encontrándola excesivamente larga, la redujo a la clara, resonante y breve palabra de "squenun".

El "un" final, es onomatopéyico, redondea la palabra de modo sonoro, le da categoría de adjetivo definitivo, y el modo grave "squena dritta" se convierte en esta antítesis, en un jovial "squenun", que expresando la misma haraganería la endulza de jovialidad particular.
En la bella península itálica, la frase "squena dritta" la utilizan los padres de familia cuando se dirigen a sus párvulos, en quienes descubren una incipiente tendencia a la vagancia, es decir, la palabra se aplica a menores de edad que oscilan entre los catorce y diecisiete años.

En nuestro país, en nuestra ciudad mejor dicho, la palabra "squenun" se aplica a los poltrones mayores de edad, pero sin tendencia a ser compadritos, es decir, tiene su exacta
aplicación cuando se refiere a un filósofo de azotea, a uno de esos perdularios grandotes, estoicos, que arrastran las alpargatas para ir al almacén a comprar un atado de cigarrillos, y vuelven luego a su casa para subir a la azotea donde se quedarán tomando baños de sol hasta la hora de almorzar, indiferentes a los rezongos del "viejo", un viejo que siempre está podando la viña casera y que gasta sombrero negro, grasiento como el eje de un carro.

En toda familia dueña de una casita, se presenta el caso del "squenun", del poltrón filosófico, que ha reducido la existencia a un mínimo de necesidades, y que lee los tratados sociológicos de la Biblioteca Roja y de la Casa Sempere.

Y las madres, las buenas viejas que protestan cuando el grandulón les pide para un atado de cigarrillos, tienen una extraña debilidad por este hijo "squenun".

Lo defienden del ataque del padre que a veces se amostaza en serio, lo defienden de las murmuraciones de los hermanos que trabajan como Dios manda, y las pobres ancianas, mientras zurcen el talón de una media, piensan consternadas ¿por qué ese "muchacho tan inteligente" no quiere trabajar a la par de los otros?

El "squenun" no se aflige por nada. Toma la vida con una serenidad tan extraordinaria que no hay madre en el barrio que no le tenga odio... ese odio que las madres ajenas tienen por esos poltrones que pueden enamorarle algún día a la hija. Odio instintivo y que se justifica, porque a su vez las muchachas sienten curiosidad por esos "squenunes" que les dirigen miradas tranquilas, llenas de una sabiduría inquietante.

Con estos datos tan sabiamente acumulados, creemos poner en evidencia que el "squenun" no es un producto de la familia modesta porteña, ni tampoco de la española, sino de la auténticamente italiana, mejor dicho, genovesa o lombarda.

Los "squenunes" lombardas son más refractarios al trabajo que los "squenunes" genoveses.

Y la importancia social del "squenun" es extraordinaria en nuestras parroquias. Se le encuentra en la esquina de Donato Alvarez y Rivadavia, en Boedo, en Triunvirato y Canning, en todos los barrios ricos en casitas de propietarios itálicos.

El "squenun" con tendencias filosóficas es el que organizará la Biblioteca "Florencio Sánchez" o "Almafuerte"; el "squenun" es quien en la mesa del café, entre los otros que trabajan, dictará cátedras de comunismo y "de que el que no trabaja no come"; él que no ha hecho absolutamente nada en todo el día, como no sea tomar baños de sol, asombrará a los otros con sus conocimientos del libre albedrío y del determinismo; en fin, el "squenun" es el maestro de sociología del café del barrio, donde recitará versos anarquistas y las Evangélicas del latero de Almafuerte.

El "squenun" es un fenómeno social. Queremos decir, un fenómeno de cansancio social.

Hijo de padres que toda la vida trabajaron infatigablemente para amontonar los ladrillos de una "casita", parece que trae en su constitución la ansiedad de descanso y de fiestas que jamás pudieron gozar los "viejos".

Entre todos los de la familia que son activos y que se buscan la vida de mil maneras, él es el único indiferente a la riqueza, al ahorro, al porvenir. No le interesa ni importa nada.
Lo único que pide es que no lo molesten, y lo único que desea son los cuarenta centavos diarios, veinte para los cigarrillos y otros veinte para tomar el café en el bar donde una orquesta típica le hace soñar horas y horas atornillado a la mesa.

Con ese presupuesto se conforma. Y que trabajen los otros, como si él trajera a cuestas un cansancio enorme ya antes de nacer, como si todo el deseo que el padre y la madre
tuvieron de un domingo perenne, estuviera arraigado en sus huesos derechos de "squena dritta", es decir, de hombre que jamás será agobiado por el peso de ningún fardo.

Roberto Arlt – Aguasfuertes porteñas.

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